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domingo, 10 de junio de 2012


Qué tiempo tan feliz, que nunca olvidaré…

Como cantaba la canción, sí, eso eran esos largos veranos en Castell de Ferro, que si se preguntan es un pueblito delicioso de la costa granadina, aunque tenga nombre catalán- que empezaban en mi niñez, a primeros de Julio y terminaban casi a final de Septiembre. En un lugar amable sin duda para mi, por sus gentes, por ese entorno de mar mediterráneo, por todos y por todo.  

La ilusión con que esperábamos las fiestas del Carmen, porque entre otras cosas, llegaba ese emocionante momento en que la Virgen iba en su barca, rodeada de una luz que se reflejaba en el agua, y a mi, tan pequeña, se me antojaba –y aún de grande constato que así es- majestuosa, emocionante y sin duda, como así lo ha sido, algo que nunca iba a olvidar.

La ilusión infantil de subirnos a lo que llamábamos “columpios”, que aunque ahora comparados con los de otras ferias, podían parecer poco numerosos, eran pero más que suficientes, ya lo creo, entre otras cosas porque había que aprender a distribuir el pequeño presupuesto que recibíamos para disfrutar de ellos, y eso era también crecer…si comprabas palomitas, algodón de azúcar, pipas en el kiosco de la plaza o del paseo, o algún refresco, poco quedaba, y eso hacía sin duda, que todo lo disfrutáramos muchísimo más.

Más tarde de adolescentes, era la excusa perfecta para pedir un permiso extra y poder disfrutar más esa noche que se presentaba siempre tan atractiva, a veces, charlando en algún “poyete” o en la orilla del mar, sobre la vida y la muerte, sobre cosas siempre muy “importantes” que sin duda, eran reflexiones en voz alta que iban forjando nuestras opiniones personales sobre las cosas y creando lazos, que no se romperían jamás, con este pueblito y con los amigos, muchos que afortunadamente teníamos, porque muchas familias tenían entre 4 y 6 hijos.

Eran tiempos en que las llaves estaban puestas siempre por fuera en las puertas de las casas de los amigos,  y no se sabía en qué casa comerías, merendarías o cenarías; a veces se corría la voz de quiénes eran las mejores mamis cocineras, y había entonces que planificarlo un poco más, pedir permiso que  en realidad era pedir la vez…!

Tiempo de ir a pescar calamares con nuestras poteras, por supuesto, a remo, y venir con las barcas llenas para delicia de nuestros padres y vecinos. En vez de la camiseta de los conciertos, teníamos la “camiseta de ir a pescar calamares” –inconfundible porque el rastro de las  manchas de la tinta que arrojaba el calamar al subirlo a la barca, le daban solera!-.
No había móviles, qué digo, no había teléfono, solo en una de las casas, que fue un tiempo la nuestra, y los recados se daban yendo y viniendo con las bicis, aparcadas sin candado en las puertas, en los “chinos”, que no tienen nada que ver con el continente asiático, sino que eran  y son, una forma peculiar de piedritas, donde nos encantaba derrapar con ellas. Para hablar había que encargar la conferencia y esperar a que te avisaran de que ya era posible conectar, quizás después de una hora o más; y por supuesto, sin ninguna intimidad…la telefonista era la persona mejor informada de todo el pueblo!! –con cariño, eh?- .

Cuando queríamos hacer una fiesta, comprábamos dos litros de refresco y un par de bolsas grandes de patatas fritas, y lo más difícil, era decidir en qué casa sería posible estar lo más solos posible, poner música y esperar, por supuesto, a que te sacaran a bailar, cuando llegaban las temidas y anheladas a la vez, canciones lentas…me sonrío al recordar que la inocencia duraba mucho más tiempo que ahora, y no se si es mejor o peor, solo que éramos felices.
Así con gratitud a este pueblo que me vió crecer, a sus gentes, y a mis padres que me permitieron tener estos maravillosos veranos felices, les deseo a todos:

¡Felices Fiestas del Carmen 2012! Y que las disfrutemos con Salud y Alegría.

Cristina Ordóñez-  seguirformandote@gmail.com

PD: Y como no podía ser de otra forma, una foto de ese rincón de costa de acantilados agrestes y acogedores a la vez.