Qué tiempo tan feliz, que nunca
olvidaré…
Como cantaba la canción, sí, eso
eran esos largos veranos en Castell de Ferro, que si se preguntan es un
pueblito delicioso de la costa granadina, aunque tenga nombre catalán- que
empezaban en mi niñez, a primeros de Julio y terminaban casi a final de
Septiembre. En un lugar amable sin duda para mi, por sus gentes, por ese
entorno de mar mediterráneo, por todos y por todo.
La ilusión con que esperábamos
las fiestas del Carmen, porque entre otras cosas, llegaba ese emocionante
momento en que la Virgen iba en su barca, rodeada de una luz que se reflejaba
en el agua, y a mi, tan pequeña, se me antojaba –y aún de grande constato que
así es- majestuosa, emocionante y sin duda, como así lo ha sido, algo que nunca
iba a olvidar.
La ilusión infantil de subirnos a
lo que llamábamos “columpios”, que aunque ahora comparados con los de otras
ferias, podían parecer poco numerosos, eran pero más que suficientes, ya lo
creo, entre otras cosas porque había que aprender a distribuir el pequeño
presupuesto que recibíamos para disfrutar de ellos, y eso era también crecer…si
comprabas palomitas, algodón de azúcar, pipas en el kiosco de la plaza o del
paseo, o algún refresco, poco quedaba, y eso hacía sin duda, que todo lo
disfrutáramos muchísimo más.
Más tarde de adolescentes, era la
excusa perfecta para pedir un permiso extra y poder disfrutar más esa noche que
se presentaba siempre tan atractiva, a veces, charlando en algún “poyete” o en
la orilla del mar, sobre la vida y la muerte, sobre cosas siempre muy
“importantes” que sin duda, eran reflexiones en voz alta que iban forjando
nuestras opiniones personales sobre las cosas y creando lazos, que no se
romperían jamás, con este pueblito y con los amigos, muchos que afortunadamente
teníamos, porque muchas familias tenían entre 4 y 6 hijos.
Eran tiempos en que las llaves
estaban puestas siempre por fuera en las puertas de las casas de los
amigos, y no se sabía en qué casa
comerías, merendarías o cenarías; a veces se corría la voz de quiénes eran las
mejores mamis cocineras, y había entonces que planificarlo un poco más, pedir
permiso que en realidad era pedir la
vez…!
Tiempo de ir a pescar calamares
con nuestras poteras, por supuesto, a remo, y venir con las barcas llenas para
delicia de nuestros padres y vecinos. En vez de la camiseta de los conciertos,
teníamos la “camiseta de ir a pescar calamares” –inconfundible porque el rastro
de las manchas de la tinta que arrojaba
el calamar al subirlo a la barca, le daban solera!-.
No había móviles, qué digo, no
había teléfono, solo en una de las casas, que fue un tiempo la nuestra, y los
recados se daban yendo y viniendo con las bicis, aparcadas sin candado en las
puertas, en los “chinos”, que no tienen nada que ver con el continente
asiático, sino que eran y son, una forma
peculiar de piedritas, donde nos encantaba derrapar con ellas. Para hablar
había que encargar la conferencia y esperar a que te avisaran de que ya era
posible conectar, quizás después de una hora o más; y por supuesto, sin ninguna
intimidad…la telefonista era la persona mejor informada de todo el pueblo!!
–con cariño, eh?- .
Cuando queríamos hacer una
fiesta, comprábamos dos litros de refresco y un par de bolsas grandes de
patatas fritas, y lo más difícil, era decidir en qué casa sería posible estar
lo más solos posible, poner música y esperar, por supuesto, a que te sacaran a
bailar, cuando llegaban las temidas y anheladas a la vez, canciones lentas…me
sonrío al recordar que la inocencia duraba mucho más tiempo que ahora, y no se
si es mejor o peor, solo que éramos felices.
Así con gratitud a este pueblo que
me vió crecer, a sus gentes, y a mis padres que me permitieron tener estos
maravillosos veranos felices, les deseo a todos:
¡Felices Fiestas del Carmen 2012! Y que las
disfrutemos con Salud y Alegría.
PD: Y como no podía ser de otra forma, una foto de ese rincón de costa de acantilados agrestes y acogedores a la vez.